
Llegó San Valentín, el día de los enamorados, y nosotros, que estamos enamorados del cine y la cultura, le hemos pedido a algunos profesionales del medio que nos digan cuáles son sus películas de amor favoritas, y también de terror, ¿cómo no? Aquí os dejamos con sus sugerencias para que recuperéis alguna película en una fecha tan señalada o la descubráis por primera vez.
Sandro Macia es periodista, locutor de radio y amante del cine. Escribe en letrasenvena.com
Notting Hill, (Roger Michell, 1999) cuando todos quisimos vivir en el barrio de las puertas de colores
Corría el año 1999 cuando la vida de todos aquellos fans de las comedias románticas, entre los que un servidor se incluye, cambiaría para siempre. De hecho, no sólo ocurriría así en este sector de cinéfilos amantes del amor en pantalla, sino que, incluso aquellos poco afines a este género, terminarían sucumbiendo al encanto de este tipo de films, aún casi sin darse cuenta…
Y es que, casi con un pie puesto en los eclécticos 2000 y gracias a la maestría en la dirección de un gran Roger Michell, vio la luz la aclamada -por crítica y público, combinación nada fácil- Notting Hill, cinta que no tardó en convertirse en un clásico de este tipo de producciones y que, además, ha aguantado el paso de los años con tanta naturalidad y -aparente- sencillez como la transmitida por sus protagonistas en cada escena. Mérito, este, también atribuible a Michell, que supo despojar a Julia Roberts y Hugh Grant de toda connotación previa para hacer de su ficticia relación algo tan real y sensiblemente trascendente como para engancharnos desde el primer minuto e ilusionarnos, haciéndonos olvidar que el guion de estas películas es el que es y que el argumento no dejará de transitar los momentos típicos del encuentro, el conflicto y la reconciliación.
Porque sí, absurdo sería negar que no sabíamos qué terminaría pasando cuando arranca el argumento y la famosa actriz, Anna Scott (Roberts), entra en la librería que regenta William Thacker (Grant) en el barrio londinense de Notting Hill para dar comienzo a la típica historia de amor “imposible” -nótese la ironía en la imposibilidad de lo que ya se intuye-. Pero ahí radica la magia de esta obra, en que todo atisbo de cliché y toda reminiscencia a otras películas que sí se basan en una evidencia tan clara que aburre, aquí se diluye gracias a unas interpretaciones majestuosas, a unas localizaciones románticamente innovadoras -¡por fin salimos de Nueva York y su archiconocido Manhattan y nos vamos a un Londres que contrarresta los aires de grandeza del olimpo americano!-, a unas subtramas que se corresponden con el desarrollo lógico de los personajes y sus vidas -¿no resulta casi morboso eso de ver cómo Anna Scott se adentra en el cotidiano mundo de Thaker y sus amigos, personas tan normales como los propios espectadores?- y a unos detalles que hoy resultan casi poéticos, como la ausencia de teléfonos móviles y su consiguiente romanticismo basado en la dependencia del “fijo”, las notas recibidas y los mensajes de contestador, siempre fuente de giros de guion inesperados.
Que sí, que todo estaba inventado cuando a todos nos entró la fiebre por querer vivir en ese barrio inglés de casitas con las puertas de colores y querer ser un librero que, sin tiempo de reacción, ve cambiar su vida por una hollywoodiense coincidencia del destino, pero Notting Hill es el claro ejemplo de que, como en el amor, todo detalle es susceptible de ser el cambio necesario para hacer de algo normal algo extraordinario. Y así pasó con Roberts y Grant, aún hoy en nuestras cabezas besándose al ritmo de Ronan Keating y su When You Say Nothing At All.
También Carlos Blázquez, realizador audiovisual y colaborador en distintos medios y programas culturales, además de miembro del podcast Fantásticamente, viaja en el tiempo para hablarnos de amor.
El día de los Enamorados (Fernando Palacios, 1959)
Un hombre maduro, elegantísimo, de maneras exquisitas, con una manicura perfecta, un paraguas colgado del brazo, y con la sorprendente habilidad de aparecer y desaparecer a su antojo para inmiscuirse en las vidas ajenas, siempre, claro está, con la sana intención de arreglar los asuntos amorosos de la ciudadanía a su cargo. Así es como imagino yo a San Valentín por culpa de la interpretación impecable de George (o Jorge) Rigaud en El día de los enamorados (Fernando Palacios, 1959).
Del actor argentino habría mucho que hablar, aunque solo fuera por hacer algo de justicia a una trayectoria profesional como pocas, que le llevó a trabajar en Francia, Argentina, Hollywood y en España, donde terminaría sus días de manera trágica y donde yace, en un calavernario del cementerio de Leganés, sin que hasta 2023 hubiera ni una triste placa en su memoria.
La placa, por cierto, la puso el equipo del documental Osario norte, los últimos días de San Valentín (José Manuel Serrano Cueto, 2023), que reivindica su figura y que se encuentra, hasta donde yo sé, a la espera de fecha de estreno. Qué desastre, qué mal todo, diría Jordi Évole si supiera de este hecho. Pero volvamos a la película porque aún queda mucha tela que cortar. Tela, por cierto, que en 1959 se podía adquirir a precios imbatibles en Galerías Preciados, la marca que importó en 1948 la tradición de San Valentín de allende los mares, y que 10 años después supo ver en el éxito comercial de Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia, 1958) la fórmula mágica del branded content y del product placement que creen haber inventado, sesenta años más tarde, cuatro tontines con el flequillo al revés.
Así que, repitiendo prácticamente el reparto, con, de nuevo, Augusto Algueró a cargo de la música para garantizar otro hit, con el ayudante de dirección de la anterior película al frente del proyecto, con los grandes almacenes por excelencia inyectando dinerines, y con el nuevo gobierno de expertos economistas a la par que miembros sentidos y vocacionales del Opus Dei ejerciendo de algo más que de ojo de Gran Hermano, se fraguó El día de los enamorados, éxito de crítica y público que contagiaba el buen rollo y la pasión consumista necesarias para que España y los españoles se adentraran en la época del desarrollismo.
El argumento (cuatro parejas de distinto estatus que tienen que solventar sus discrepancias) poco tiene que no estuviera ya en Las chicas de la Cruz Roja, salvo la presencia del elemento fantástico encarnado por San Valentín, una suerte de Clarence de Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946), pero con muchísima más clase y modernidad. Tanto es así que se puede entender, incluso, como una suerte de manifiesto de un nuevo hacer del catolicismo patrio frente a la representación de su “jefe”, que se nos muestra a la manera clásica de la iconografía del cristianismo y que no comparte, aunque tolera, los métodos del santo. Por haber, en esta película, hay hasta una reprobación de la violencia de género y un cierto empoderamiento femenino que, obviamente, a día de hoy quedan a años luz de los mínimos imprescindibles, pero que hablan, para bien, de una sociedad que empieza a caminar hacia la modernidad, siempre bajo la tutela del régimen, por supuesto.
Del reparto poco hay que decir; desde los principales intérpretes como Concha Velasco o Tony Leblanc, hasta los secundarios más secundarios, son parte de una de las generaciones de actrices y de actores más brillantes de la historia del cine español. El día de los enamorados tuvo una secuela titulada Vuelve San Valentín (Fernando Palacios, 1962) pero de esa ya hablamos el año que viene, si es que me suben el sueldo, como poco, mil pesetas y los picos.
Javier Caro es redactor de este medio y también colabora en el programa de Twich, Nebula 9
Tienes un email (Nora Ephron, 1998)
Las formas de conocer a personas y enamorarse de ellas han ido evolucionando a lo largo de la historia, y este filme es un claro ejemplo del avance tecnológico y, también del uso humano del mismo para ligar. En 1944 Ernst Lubitsch dirigió a James Stewart y Margaret Sullavan en la mítica cinta El Bazar de las Sorpresas. En aquella película emocionante y romántica; Alfred Kralik, vendedor de la tienda Matuschek y Compañía, había conocido a una mujer, Klara Novak, a través de un anuncio por palabras en el periódico, llevaban así un tiempo y un día decidieron conocerse. Ambos estaban enamorados.
No se habían visto nunca, iban a quedar en una café de Budapest, ciudad donde sucede la acción. Se habían enamorado de la imagen que se habían formado a través de cartas, gracias a la palabra y poco más. todo una ficción que nos hacemos en la cabeza cuando solo hay palabras. La historia juega con eso mismo: no saber quién es la otra persona; tu enamorado. Por casualidad la chica acaba trabajando en la misma tienda y entre ellos se establece una relación que no podría interpretarse como amorosa. Kralik, que acude a la cita con la chica pero no entra en la café, la ve por la ventana y a partir de ahí tiene ventaja en la relación. Lubitsch juega con eso para construir una historia llena de enredos pero también muy romántica. Yo sé algo que tú no sabes.
Como he dicho, la tecnología consigue unir a la gente para ligar, – o al menos para conocerse – es un recurso más en la danza del cortejo. A finales de los 90 Internet llegó para quedarse. El correo electrónico se transformó en la forma más rápida para hablar con personas de todo el mundo. Era la nueva correspondencia, pero infinitamente más ágil. Nora Ephron tenía la titánica tarea de actualizar la historia de Lubitsch, ponerla al día y que tuviera coherencia con la actualidad de ese momento concreto.
Tienes un e-mail (1998) fue una comedia romántica donde repetían la pareja Tom Hanks y Meg Ryan, que ya había alcanzado el éxito como pareja romántica en Algo para Recordar (1993), junto a la misma directora. Ephron había escrito la mítica Cuando Harry encontró a Sally (Rob Reiner, 1989) con Meg Ryan y Billy Crystal, seguro que todos recordáis la escena en la cafetería donde Sally simula un orgasmo ante la mirada atenta de los comensales; sin embargo, la película es mucho más que eso y merece mucho la pena. Estaba claro que Nora Ephron tenía las suficientes tablas para llevar el barco a buen puerto.
Y como estamos hablando de un remake, hay que remarcar que Algo para Recordar es un remake bastante libre de Tú y yo (Leo McCarey, 1957) Meg Ryan fue la diva de la comedia romántica durante años, como Jennifer López o Julia Roberts en su momento. La historia regresa a la rencilla entre dos personas que desconocen que mantienen una relación sentimental, o al menos incipiente, a través de correos. Kathleen Kelly es la propietaria de una pequeña librería y Joe Fox acaba de abrir una librería mucho más grande al lado, así que a Kelly no le cae especialmente bien el bueno de Fox, sin saber, por supuesto, que es el hombre del que se está enamorando.
La factura de la película es bonita, la historia inocua, romanticona y facilona. Es divertida por momentos y cada uno de los personajes principales estaban en ese momento de éxito y fama que logró convertir al filme es un taquillazo. A mí me parece deliciosa. Personalmente la banda sonora de George Fenton me encanta, hablando de amor, ¡qué bonito el piano de Empty Store! Como curiosidad, AOL, una empresa puntera de Internet en aquellos años, patrocinó la cinta. Hoy puede parece anticuado el método del correo electrónico para conocer gente, lo mismo que cuando vimos Tienes un e-mail nos parecía muy arcaico los anuncios por palabras. Quizás la próxima adaptación de El Bazar de las Sorpresas sea a través de Tinder.
Isaac Vicente Sánchez es blogero, crítico de cine y colaborador del programa de Twich, Nebula 9
San Valentín Sangriento (My Bloody Valentine) de Patrick Lussier (2008)
Recomienda una película para San Valentín, me dicen. Pero ¿en plan comedia romántica para esas fechas, o ambientada en ese día sin importar el género?, pregunto. Lo que tu quieras, me responden. ¡Ah! Pues entonces prepárate para una de terror. Pensado y hecho. Mi recomendación para el día de San Valentín no es una comedia romántica, que me consta que es lo que han escogido la mayoría de mis compañeros, sino una cinta de terror, y no es otra que San Valentín Sangriento, pero no la original de 1981 de Gerorge Mihalka, sino el remake de Lussier de 2008.
Eso sí, si es posible hazte con la versión en 3D, y con una pantalla en condiciones para que el sistema tridimensional resulte efectivo, hoy en día la pantalla grande de un cine sería complicado, ¿Por qué? Porque, y esto es teoría mía, mientras te cobren un extra por ver la cinta en 3D, yo necesito que ese efecto se note, es decir, que las cosas, o la sangre en este caso, me golpeen, o me salpiquen, y en ese Lussier, tanto en esta como en la desmadrada Furia Ciega, demostró ser uno de esos directores que sabía jugar con el sistema, y como.
Es verdad que la cinta tiene trampas enormes. Para ser una cinta que se supone juega a aquello de «¿quién será el asesino?», te hacen una trampa de las gordas, pero los asesinatos, que es en lo que va a recrearse el habitual espectador de este tipo de cintas, son de un salvaje bestial y con el 3D resultan impactantes.
Una cabeza cortada con una pala clavada en la boca para después que la parte superior de la cabeza resbale por la pala (acercándose a la pantalla); un pico clavado en la mandíbula que después será arrancada de cuajo y arrojada (¿adivinan hacia donde?); una chica con arma que se queda sin balas y que decida arrojársela (arrojárnosla) al tipo que amenaza… En definitiva, la cinta ideal para los amantes de las muertes bestiales, y en 3D mucho mejor.