
La primera película que vi de la directora catalana, María Ripoll, fue No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas (2016). Ahí ya pude ver lo bien que se movía en la comedia. Unos años después, regresa con una gran película llena de matices, una comedia más profunda de lo que parece en su envoltorio, como es Vivir dos veces. Una road movie llena de humor y drama, un filme que consigue tocarte la piel con actuaciones destacadísimas, sobre todo Óscar Martínez y la joven, pero espléndida, Mafalda Carbonell, sin desmerecer a una Inma Cuesta que emociona.
Emilio (Óscar Martínez) descubre que padece Alzhéimer y decide, gracias a la intervención de su nieta Blanca (Mafalda Carbonell), buscar al amor de su vida, que no es la abuela de ésta, sino un amor de juventud. Juntos emprenden un viaje a Navarra al que se suman su madre, Julia (Inma Cuesta). Vivir dos veces, no es una comedia común, juega en otra liga sin caer en la parodia ni en el drama lacrimógeno e infantil. Hablamos con su directora y con Inma Cuesta dentro de los Preestrenos del Festival Antonio Ferrandis, en Paterna (València), antes de su estreno el 6 de septiembre.

Aunque parezca un tópico, el viaje que emprende Emilio es algo más. “Es un viaje físico y emocional de los personajes, de la familia, que yo creo que es una familia disfuncional, buscando la felicidad, es de lo que va la película”, comenta la directora. En ese viaje del que habla Ripoll cada uno se reencuentra consigo mismo y con su lugar en el mundo. “Cada uno de los tres protagonistas hace un cambio, una evolución, de alguna manera Emilio, por causa, culpa o gracias a la enfermedad, abre más sus estructuras rígidas así de lo masculino, como han enseñado al hombre a comportarse sin muchos sentimientos, sin mucho decir te quiero a los hijos”, explica la cineasta.
“Tenemos olvidados a los mayores, y eso es lo que me gustaba del guión de María Mínguez, que es este concepto de antes de olvidar quiero recordar”
María Ripoll
Todos hacen un cambio, es un viaje para descubrir cosas de sí mismos. No son viajes figurados o etéreos, son tangibles, reales. “Él (Emilio) se abre, habla con su hija, puede tener una relación con su nieta. Julia, por su parte, cree que ha hecho lo que tenía que hacer en su vida, y se da cuenta que eso no le funciona y es valiente, capaz de cambiar las cosas, se libera también. Y de alguna manera, Blanca, la pequeñita, levanta la cabeza de la caja negra, y ve un abuelo donde puede aprender cosas”, reconoce.
Son tres generaciones enlazadas en una familia que debe y quiere apoyarse, una familia que se une frente a una enfermedad tan despiadada como el alzhéimer. Ripoll sabe contar la historia de la pérdida de la memoria, y de la identidad, desde cada una de las miradas de sus protagonistas, especialmente desde la de Emilio. “Tenemos olvidados a los mayores, y eso es lo que me gustaba del guión de María Mínguez, que es este concepto de antes de olvidar quiero recordar, que es tan bonito”, apunta.

Quizás la película no conseguiría atraparte de ese modo sino fuera por el magnífico elenco de actores que tiene. Ojalá la academia se acuerde de ellos en Los Goya porque emocionan, divierten y te dejan con un nudo en la garganta. “Yo digo siempre, un director no es nadie sin un buen guión, buenos actores y una buena música. Y tener la gran suerte de trabajar con Inma, Oscar y encontrar a Mafalda, y luego que València es muy cinematográfica, València, a mi, bueno, yo no soy de Valéncia, todo lo que veía me gustaba”, señala Ripoll. Otro de los aciertos del filme, es la acertada elección de las localizaciones, dado que en otras películas las ciudades apenas se reconoces, aquí cualquiera que haya visitado Valencia, sabe que es ella.
“Encontramos parajes que yo no conocía y me parecían muy buenos para la película, y de repente esa luz, esa virginidad de las localizaciones”
María Ripoll
“Buscamos cosas, encontramos parajes que yo no conocía y me parecían muy buenos para la película, y de repente esa luz, esa virginidad de las localizaciones”, recuerda la directora todavía sorprendida. “Tuvimos mucha suerte de encontrar escondites que yo no conocía, y no había visto en ninguna película, y luego nos han copiado (risas)”, remata Ripoll.
Inma Cuesta, sentada a la diestra de la directora en el sofá, explicaba cómo llegó a un filme tan emotivo y divertido. “Yo llegué a esta película por la insistencia de María, que tengo que agradecerle, porque es verdad que al principio el personaje de la hija era mucho más mayor, tenía 17 años, y yo no me veía”, reconoce la actriz. Hubiera sido una lástima perder ese gran talento en esta historia, por suerte Inma cambió de opinión. “Entonces ella se buscó la manera, apareció Mafalda, y así volví a releerme el guión, y a encontrar un lugar donde yo pudiera componer a un personaje diferente”, señala.

“Lo más complicado era el tono de la película, una dramedia, y el tono entre la comedia y todo el peso dramático de toda la película era muy complicado de equilibrar”, recuerda la actriz. Y es que su papel en este viaje comienza de un modo y termina de otro, encontrando su propia voz. “Creo que hicimos muy buen equipo, María siempre estaba abierta a las propuestas que le hacíamos, ensayábamos, a veces estábamos de acuerdo, a veces no. Siempre encontrábamos un punto de encuentro. No siempre pasa que se escuche tu propuesta. Siempre había un lugar para probarlo y verlo, y si valía o no”, explica Cuesta.
“Mi abuela decía que no hay boda sin llanto, ni funeral sin risa”
Inma Cuesta
María Ripoll habla de cómo preparó su papel Óscar Martíenez (Emilio)
El drama y la comedia maridan bien en esta historia, donde las relaciones entre la familia están embotadas, y obedecen a una falta de emocionalidad palpable. En esa familia faltan besos, conversaciones y atención, es un drama con comedia que camina, o viaja, hacia un encuentro, que va más allá del viejo amor de juventud de Óscar. Es el encuentro de la familia consigo misma. “Dentro del drama hay espacio para la comedia también, en esta película está clarísimo”, apunta la actriz. La comedia nos salva del drama de la vida, y así lo señala Vivir dos veces. “Yo creo que en la vida en general ante cualquier situación dramática o límite, siempre hay un lugar para… siempre hay una puerta de emergencia, una salida, un momento para reírte de ti mismo. Mi abuela decía que no hay boda sin llanto, ni funeral sin risa”, comenta.
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